En Chile los niños, niñas y adolescentes (NNA) son el segmento etario con mayor porcentaje de pobreza, cifra que además aumentó 1,7 puntos porcentuales después de la pandemia (Casen, 2020). Un 70% de ellos sufre de algún tipo de violencia (Unicef,2012) y tenemos el triste récord de ser el país con mayor consumo de marihuana y cocaína en latinoamérica en población adolescente (OEA, 2019) y segundo de la OCDE con más sobrepeso y obesidad en niños.
Como si no fuera suficiente, el 49% de los estudiantes matriculados se encuentran con inasistencia grave, cifra que se dispara en prekínder y kínder donde se llega a un 64%. El cierre de las aulas y las clases presenciales acentuó brechas que ya existían, agudizando las desigualdades educativas. Y no solo nos referimos a aspectos académicos sino también al bienestar socioemocional de NNA que dejaron de interactuar, compartir, desarrollarse junto a sus pares y formar vínculos con ellos y sus docentes.
De acuerdo al Diagnóstico Integral de Aprendizaje elaborado por la Agencia de Calidad de la Educación 2021, durante la pandemia el 55% de los estudiantes de educación media señaló sentirse “aburrido” y un 40% sentirse “mal genio” o “enojado”. Además, un 54% se percibe “con menos ganas de hacer cosas”. Según estimaciones de Unicef (2021) se calcula que más de 1 de cada 7 adolescentes de 10 a 19 años sufre un trastorno mental en el mundo y casi 46.000 adolescentes se suicidan cada año, siendo esta una de las cinco principales causas de muerte para este grupo etario. Como si no fuera suficiente, la Defensoría de la Niñez presentó un estudio que reveló que 4 de cada 10 adolescentes que requieren atención de profesionales de la salud mental, no la han recibido.
Si nos basamos en la evidencia internacional (Durlak, 2011) muestra que hay factores protectores que pueden atacar este problema desde sus raíces y de forma costo efectiva. El desarrollo de habilidades socioemocionales ha demostrado ser una potente estrategía de prevención y apoyo en la disminución de conductas negativas en la sala de clases: aumentando en un 23% la actitud positiva sobre uno mismo y el colegio, en un 27% el rendimiento académico, disminuyendo en un 22% los problemas de conducta y en un 24% la angustia emocional.
Entendiendo un diagnóstico común y transversal sobre la deuda que presentan los NNA en Chile, se realizó el Primer Congreso de Salud Mental, Educación y Niñez que logró movilizar y generar conciencia en actores relevantes (tomadores de decisiones, líderes de organizaciones sociales y territoriales, expertos del área de la educación y la salud entre otros) sobre el presente y futuro de los niños y niñas de nuestro país en el ámbito de bienestar socioemocional desde el contexto educativo.
La conclusión es unánime: tenemos un desafío grande, pero sabemos que tenemos puntos en común por donde comenzar. Primero, debemos reconocer a los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derecho y actuar en concordancia con ello. Segundo, los esfuerzos del Estado, deben ser apoyados por todos los actores del ecosistema educativo y comunitario para impactar en el desarrollo integral y sus trayectorias. Tercero, se debe fomentar la formación docente y directiva en habilidades socioemocionales. Por último, es esencial, la necesidad de un abordaje interdisciplinario, con una coordinación intersectorial y articulación constante con la sociedad civil, interiorizando las buenas prácticas con mediciones rigurosas de cada uno de sus programas.
Soñamos con un Chile mejor, con más oportunidades y donde los niños y niños tengan la cancha equiparada para poder alcanzarlas. Para ello, es necesario poner a la niñez en el eje central de la construcción de políticas públicas y se requiere la articulación y colaboración del ecosistema ampliado para ir generando cambios positivos, concretos y basados en evidencia. Solo así podremos enfrentar esta deuda pendiente y trabajar con seriedad por el gran proyecto país que debería unirnos transversalmente y sin condiciones; los niños y niñas de Chile.
Por Florencia Alamos, directora ejecutiva Fundación Kiri, y Rocío Espinoza, directora ejecutiva Fundación MC